Corramos y abracemos con dicha a nuestro niño interior, no lo dejemos solo nunca más, juguemos, bailemos y riamos con él, porque a su lado encontramos felicidad y paz interna.
Lialdia.com / Lenny Z. Pito Bonilla / Tampa / Florida / 5/21/2016 – El niño interno que habita en mí y en ti, ese pequeñito menor de 12 años, parte fundamental de nuestro ser, está ahí dentro, viviendo en cada uno lleno de alegría, sueños, imaginación, creatividad, espontaneidad, asombro, dulzura, convicción, esperanza, confianza o sinceridad. Esta listo para reír, jugar y divertirse con nuestro “yo” adulto, porque quizás en medio de la rutina de la vida perdimos el contacto con él o preferimos no ver, no sentir, no encontrárnoslo porque que tal vez sabemos que tiene su alma enferma y experimenta miedos, angustias, ansiedades, dolores, tristezas, desconcierto, rabia, inseguridades, resentimiento o celos. Así que antes que enfrentarlo y vivirlo con naturalidad, lo ignoramos.
En psicología, desde la Gestalt que introdujo el término, a esa parte del “yo” que no ha crecido del todo, al eterno infante dentro se le llama “Niño interior o interno”, como casi todo en la vida tiene un lado claro y otro oscuro y ya sea que seamos consciente o no impacta en gran medida nuestra existencia, influye sobre los sentidos, las percepciones, las emociones, los pensamientos, las creencias, las decisiones, comportamientos y acciones. Es por lo tanto, una estructura psicológica muy vulnerable, frágil y sensible que se forma de las experiencias positivas y constructivas como de las negativas, de baja vibración o adversas, que van desde la concepción hasta la adolescencia. Esa es la razón por la que son tan importantes las experiencias en esta etapa de desarrollo del ser humano, de cómo se van superando, del tipo de relaciones que se tienen con mamá, papá, hermanos, familia, maestros o pares y de cómo se interioriza todo e incluso la influencia de la historia familiar de padres, abuelos y hasta bisabuelos.
Tomemos aquí y ahora un tiempo para preguntarnos ¿Cómo sentimos a nuestro niño interior?: Un ser feliz, optimista, seguro de sí mismo, amoroso y en paz o triste, pesimista, desconfiado, temeroso y en guerra. Es importante hacer conciencia respecto a él, porque ya sea que nos percatemos o no de su existencia, lo cierto es que en muchas ocasiones es él quien determina nuestras respuestas ante las diferentes circunstancias de la vida e incluso tiene el control. A partir del fin de la adolescencia, el inicio de la adultez y con el paso del tiempo, marcados por los procesos educativos, las costumbres, las creencias, el trabajo, los compromisos, los afanes y preocupaciones del día a día, nuestro niño se va escondiendo en las profundidades del ser, para salir a la luz en determinadas situaciones que demandan imaginación, creatividad, improvisación o cuando enfrentamos situaciones difíciles y quedamos paralizados por el miedo o el dolor por ejemplo, que en realidad como adultos no deberían afectarnos.
Es natural que en la niñez pasemos por experiencias tanto positivas como negativas, porque son parte del crecimiento, el aprendizaje y la evolución como individuos, ahora bien lo que si no es generalizado desafortunadamente, es que en ese momento de la vida se cuente con las personas, la familia, la escuela y la comunidad que ofrezcan contención, estructura y herramientas para vivir las situaciones negativas, afrontarlas en compañía, aprender a manejarlas con adecuada orientación, expresar con libertad para sanar heridas, solucionar conflictos y superar las crisis por pequeñas que sean. Cuando el niño o el jovencito cuenta con el apoyo adecuado, pero sobre todo amoroso de adultos comprensivos, que le enseñan con amor a utilizar su inteligencia emocional para manejar la cotidianidad con sus altos y bajos, entonces todas las experiencias incluso las duras, se incorporan en el “yo” sin causar daños y en ese ambiente el chico puede ir pasando de una a otra fase del desarrollo de manera adecuada y balanceada.
Ahora bien sin importar a que edad es muy valioso que como adultos nos reencontremos y comprendamos a nuestro niño interior, podamos identificar sus heridas, muchas veces aun sangrando, sus lágrimas, su carita triste, su congoja anclada por las experiencias negativas que vivió con padres, maestros, amigos, vecinos, familiares o compañeros y que no fue capaz de solucionar en su momento, porque no tuvo los instrumentos para dejarlas ser, sentir o afrontar con perdón y amor, porque no había a su lado un adulto que lo orientara y acompañara en ese proceso de crecer, por lo que esas vivencias se quedaron incorporadas en el “yo”, causando daño y acompañando al adulto a lo largo de la vida, en un círculo que no le permite resolver, superar y quemar esas etapas infantiles.
Ante miedos irracionales, emociones de rencor, odio o tristeza constante e incomprensible, respuestas desproporcionadas a situaciones que no son en realidad tan importantes, auto sabotaje a metas y objetivos, etc. es fundamental que tomemos el tiempo y nos auto motivemos para buscar a nuestro niño interior, observarlo sin juicios, con compasión y todo el amor que el merece, ver si hay daños o si está cargando aun el peso de emociones o situaciones no resueltas del pasado. Si no tomamos la decisión de: ver a los ojos a nuestro pequeño dentro, sonreírle, tomarlo de la mano, abrazarlo, consentirlo, dejarlo ser, llorar, reír y expresar sus sentimientos de baja vibración, el seguirá aflorando una y otra vez en forma negativa, determinando nuestras reacciones y las relaciones presentes, manteniéndonos en estados de conflicto, crisis o confusión permanente que no permiten que fluyamos en equilibrio y paz.
Volver la mirada al niño interno es encontrarse cara a cara con el pasado y ese es sin duda un camino casi siempre difícil, pero tengamos la seguridad que más fácil que darle la espalda, por lo tanto iniciemos ese valioso camino de autodescubrimiento, autoconocimiento y reencuentro con ese ser dentro, que nos permitirá reconectar con la esencia, el alma, la misión y el propósito que cada uno trae al venir al mundo, con la energía vital y la felicidad. Este proceso se dará con mayor fluidez si recordamos que el niño a diferencia del adulto tiene una gran capacidad para recuperarse, sanar y por lo tanto puede ayudarnos a retomar la alegría de vivir en prontitud, porque el como todo niño es un gran maestro. Emprendamos ese viaje al pasado aunque sepamos que puede ser doloroso, con la certeza que es afrontando el dolor, dejándolo ser, expresándolo como se supera. Si sentimos que no podemos viajar solos entonces busquemos el adecuado apoyo en un psicólogo, terapeuta o guía que sea capaz de acompañarnos en el camino hacia nosotros mismos, al corazón y a la mente con las herramientas terapéuticas adecuadas, que nos permiten acceder a esos recuerdos grabados en nuestra memorias celular, emocional, subconsciente para sanarlos, cicatrizarlos, perdonar, comprender y empezar a ver las cicatrices como el recuerdo que algo dolió, pero que ya no duele.
Ahora con libertad, sin apegos, con alegría, en armonía siempre que podamos o mejor que queramos reaccionemos y actuemos como cuando éramos niños. En forma espontánea permitámonos sorprendernos, alzar las manos, gritar, tirarnos al suelo, saltar tan alto como se pueda y corramos emocionados a abrazar a nuestro niño interior, él está esperándonos, feliz de encontrarse de nuevo con nosotros para vivir un momento de plenitud y amor incondicional, que marcará en nuestra vida actual un antes y un después, porque el despertara la ilusión, los sueños, los deseos, la creatividad, la espontaneidad, la realización, el sí se puede, el vamos, el sentir y el ser.
Corramos y abracemos con dicha a nuestro niño interior, no lo dejemos solo nunca más, juéguenos, bailemos y riamos con él, porque a su lado encontramos felicidad y paz interna.
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