
Tengo derecho a limpiar y en medio de ese proceso a llorar, gritar, hablar, expresar lo que siento, ser sincero, soltar tanto, tanto y tanto dolor o tristeza.
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/ Miami / Florida / 8/29/2016 – Perdonar es un acto de desprendimiento, dejo ir el resentimiento, el rencor, la venganza, la retaliación o el deseo de ajustar cuentas… Es un acto de amor hacia mí mismo, trae alivio autentico al dolor, la rabia o el miedo, a quien más bien le hace es a mí. Actuar en estas dos direcciones implica soltar cargas del pasado lejano o reciente que me han envuelto en situaciones de violencia, agresión, maltrato o terror vivido en forma directa o a través de mi familia, comunidad o país, pero que por duro que haya sido, no debo llevar a mis espaldas la vida entera, porque tengo derecho a vivir libre del odio que carcome el alma, mantiene las heridas emocionales abiertas, evita que la mente fluya con pensamientos constructivos y ancla en la amargura eterna, que me aleja sin duda de la felicidad y la paz interna.

El perdón y la reconciliación constituyen poderosos activos psicológicos que tengo a la mano, para darme la oportunidad de volver a interpretar circunstancias que han roto mi corazón o lo han endurecido, me han hecho daño, me han lastimado o me mantienen en un estado de anestesia, de parálisis frente a hechos que prefiero callar, en un intento fallido de amortiguar las emociones de baja vibración, de minimizar la realidad o de silenciar mi interior, pero que al final del día se vuelven contra mí y se convierten en factores principales del escalonamiento de la agresividad o fuentes de enfermedad mental o física, porque vivo en una guerra interior activa y ello se refleja en las relaciones que establezco con los demás y en mi contexto.
Si he experimentado violencia en cualquiera de sus formas es natural que retenga en mi memoria e imaginario el daño y me sumerja en la desesperanza o la negación, en la parsimonia o la aceptación frente a esa dura realidad, hasta terminar creyendo que es parte de la existencia, que es inevitable, que es insuperable. El camino que queda es empezar a hablar sobre lo que yo siento, sobre mí mismo, a expresar todo lo interiorizado a través de la comunicación verbal o no verbal, a sacar el veneno o la toxicidad que hay dentro de mí, como también a escuchar al otro, a los otros que tienen su historia, incluso a los victimarios, porque a todo el mundo le llega la hora de su verdad. Remover esas emociones ancladas que hasta parecen ser parte de mi esencia o de la del que tengo al frente, a través de diálogos abiertos, es una alternativa para redescubrir quien soy más allá de las bajezas que el conflicto, cualquiera que este haya sido, me han dejado y comprender que en realidad soy luz, libertad y paz.
Tengo derecho a limpiar y en medio de ese proceso a llorar, gritar, hablar, expresar lo que siento, ser sincero, soltar tanto, tanto y tanto dolor o tristeza. A realizar catarsis, hasta entender que ningún horror por poderoso que haya sido, puede destruir mi esencia divina y la grandeza de mi espíritu, porque yo no lo permito, porque tengo derecho de vivir el goce de la vida y a establecer mis propios pactos, que garanticen mi libre desprendimiento del odio, sanar, restaurar y me abran a la posibilidad de darle la mano, aun a aquel que intento destruirme. Perdonar como proceso lleva tiempo y dentro de ello es parte el perdonarme a mí mismo, hacerme consciente de la responsabilidad que tengo, comprender el para que suceden las cosas y cuales son la lecciones que estoy siendo llamado a aprender.
Tengo entre mis manos la oportunidad cada día de tomar la decisión, de ejercer el perdón como acto liberador, sin culpa, con compasión, superando el dialogo de mi ego que tiene todas las razones para mantenerme anclado a la amargura. Aquí y ahora tengo el poder para no dejar que mis estados mentales y emocionales los manejen los demás, cambiar mis propias percepciones y evolucionar en la asimilación que hago de la realidad superando el juicio y la crítica destructiva, para permitirme ser arte y parte de la construcción de espacios de humanización de las guerras.
¿Si en esta vía me encuentro cara a cara con mi agresor, el de mi familia, mi comunidad o mi país, lo mato o lo perdono? Sera el momento justo de cumplir con el mandamiento de perdonar setenta veces siete, de perdonar a quien me ofendió, de pedir perdón, de dejar volar en la paloma de la paz el conflicto y levantar la bandera blanca, por duro que sea. Ser agente de paz, implica involucrarme en espacios fraternales, comunitarios y sociales que permitan la libre expresión del ser y la reconstrucción de acontecimientos dolosos en condiciones de reencuentro. Es darle una oportunidad a la verdad, la justicia y la reparación para asegurarme que pase de ser víctima o victimario, a ser co-creador de una cultura de paz, donde se pueda volver a creer, confiar, sanar, dialogar, dar la espera para que yo en mi proceso tenga el tiempo y el espacio para dar cabida al perdón y comprender desde la empatía el tiempo del otro o de los otros en sus propios procesos, todo en pro de que no haya repetición y en cambio sí transformaciones y manifestaciones reales de amor, energía universal que en ultimas me permite dar paso al perdón, la reconciliación y la paz.
Mi alma me agradecerá terminar con la retórica para darle cabida a la manifestación y mi espíritu se reencontrara con la verdadera felicidad, abriéndome a una vida digna, plena y con propósito.
Articulo publicado originalmente en: http://lialdia.com/2016/08/el-perdon-manifestacion-de-paz/
Agradezco a mis colegas Viviana Vethencourt, Isabel Imbrogno, Massiel Alvarez y a Fefi.TeVe porque con sus aportes contribuyen para que a corazón abierto demos cabida al perdón.